Editorial
Como Decano de la Facultad de Ciencias de la Salud, es un privilegio inaugurar estas XXIII Jornadas de Educación en Ciencias de la Salud con un tema tan oportuno y desafiante como lo es la Inteligencia Artificial (IA). La elección de este tema no es casual; refleja una conciencia colectiva sobre la inevitabilidad de la transformación tecnológica en la educación en ciencias de la salud, y, por ende, en la atención en salud en general.
La evolución en nuestro campo académico ha sido notable. Pasamos de modelos pedagógicos fundamentados en la mera acumulación de conocimientos a enfoques más holísticos que integran la teoría con la práctica, la habilidad técnica con la ética, y la docencia personalizada con el trabajo en equipo. Esta transición no solo ha mejorado la calidad de nuestra formación, sino que también ha preparado el terreno para la incorporación de innovaciones tecnológicas como la IA, que promete llevar la educación en ciencias de la salud a nuevos límites de lo conocido hasta el momento.
Sin embargo, la IA presenta desafíos imposibles de negar. Si bien es cierto que las capacidades analíticas y de simulación de la IA pueden mejorar el diagnóstico, el tratamiento y la administración de la atención médica, también es cierto que esta tecnología podría deshumanizar la atención al paciente y, paradójicamente, perpetuar desigualdades en la atención de la salud a través del sesgo algorítmico. Por lo tanto, aunque la IA puede agilizar y enriquecer el proceso educativo, su incorporación en los currículos y métodos de enseñanza debe ser cuidadosamente evaluada para asegurar que no comprometa los principios éticos y humanistas que son fundamentales en la formación en ciencias de la salud.
Más aún, la IA también plantea desafíos éticos que son específicos al contexto educativo. La autonomía del aprendizaje, la privacidad de los estudiantes y la integridad académica son solo algunos de los muchos aspectos que se deben tener en cuenta. ¿Cómo garantizamos que la IA, que puede realizar un seguimiento preciso del rendimiento del estudiante, no se convierta en una herramienta de vigilancia invasiva? ¿Cómo nos aseguramos de que la IA, que puede generar evaluaciones y retroalimentación en tiempo real, no trivialice el proceso de aprendizaje y reduzca el desarrollo del razonamiento crítico? ¿Cómo potenciamos la formación desde una perspectiva de valor agregado más allá de la tecnología?.
Estas son preguntas complejas que requieren un diálogo interdisciplinario, un riguroso escrutinio ético y una experimentación pedagógica cuidadosa y desagiante. No tenemos todas las respuestas ahora, pero eso es precisamente lo que hace que este tema sea tan oportuno para nuestra comunidad académica.
Nos encontramos en un umbral crítico, donde la IA no es simplemente una herramienta adicional, sino un agente de cambio que nos obliga a reexaminar y posiblemente redefinir qué significa ser un profesional de la salud en el siglo XXI. Este es un proceso de transformación que no podemos eludir y, por lo tanto, debemos abordar de manera proactiva y consciente.
Es oportuno mencionar que en la redacción de esta presentación editorial ha sido asistida por tecnologías de Inteligencia Artificial, lo que sirve como un recordatorio tangible del alcance y la penetración de la IA en todos los aspectos de la vida académica y profesional. Este hecho subraya la importancia de nuestro compromiso continuo con la excelencia académica, la ética rigurosa y la innovación responsable como pilares fundamentales de nuestra misión educativa.
Espero que esta reflexión sirva como un punto de partida sólido para las discusiones, debates y exploraciones que seguramente surgirán durante estas jornadas y más allá. Estamos embarcados en un viaje apasionante y desafiante, y espero que juntos podamos navegar con éxito hacia un futuro de educación en ciencias de la salud que sea tanto tecnológicamente avanzado como profundamente humano.
Dr. Miguel O´Ryan, Decano de la Facultad de Medicina